(…) me trasladaron a una camilla que
rodaba y comenzaron a empujarme no
sabía hacia dónde, no me interesaba hacia
dónde, no me preocupaba hacia
dónde puesto que, hiciesen lo que hiciesen,
aun después de cerrar la puerta, y del hielo de
la cámara, y del silencio, y de las tinieblas,
no me podrían impedir cantar.
rodaba y comenzaron a empujarme no
sabía hacia dónde, no me interesaba hacia
dónde, no me preocupaba hacia
dónde puesto que, hiciesen lo que hiciesen,
aun después de cerrar la puerta, y del hielo de
la cámara, y del silencio, y de las tinieblas,
no me podrían impedir cantar.
António Lobo Antunes, La muerte de Carlos Gardel
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